Desde que entró allí, todo parecía
decirle que Raquel era peligrosa. Ana y sus historias, la propia forma
de ser de la reclusa… Pero sabía que era pura fachada, al menos, ahora
lo sabía. Quizá fuera el autoconvencimiento para no estar en aquella
celda muerta de miedo por si le hacía algo, pero Silvia estaba dispuesta
a correr ese riesgo. Por mucho que Raquel se mostrara tan misteriosa,
algo le decía que no era para tanto. Quería que le contara realmente lo
que pasó, quería poder confiar en ella, y para ello necesitaba ganarse
su aprecio.
- Entiendo tu postura, si no quieres hablar de ello, no lo hagas –respondió con tranquilidad.
- ¿En serio? –parecía sorprendida.
-
Claro, tú misma… No te quiero obligar a que me cuentes algo que no
quieres. Pero entonces no esperes que los demás te contemos nada a ti.
- ¿Es que no puedo querer callarme y no contar nada? –replicó
- Claro que puedes, estás en todo tu derecho. Pero luego no te quejes si hay habladurías varias…
- Como si me importara…
- Sí te importa. Aunque te hayas creado esa imagen de malota, a mí no me engañas.
- ¡Tú no sabes nada de mí!–levantó la voz.
-
Porque no dejas que nadie sepa nada de ti… Prefieres vivir en la
intriga continua y en lo que diga la gente… ¿Qué es lo que ocultas? ¿Tan
horrible fue lo que hiciste?
Por
un instante, Raquel se mantuvo callada. El silencio, al igual que la
oscuridad, invadió todo el lugar. Cerró los ojos con fuerza y una
pequeña lágrima se deslizó por su mejilla. En su mente, la imagen de sus
manos manchadas de sangre y el cuerpo de su marido inerte en el suelo
se le aparecía una y otra vez. Abrió de nuevo los ojos para borrarla y
se enjugó la única lágrima que había soltado.
- No te importa –respondió al tiempo que se dejó caer sobre la cama y se puso de espaldas a Silvia.
- Está bien, como tú quieras.
Silvia
se sintió mal por haberla presionado a decir algo que no quería. Se
recostó también sobre su cama y dejó la mente en blanco por un instante.
Raquel, en su cama, tampoco hacía movimientos. Ni siquiera se la oía
respirar.
Sin
apenas darse cuenta, Silvia acabó durmiéndose durante unas horas.
Mientras recorría los brazos de Morfeo, tuvo varias pesadillas. En todas
salía la misma mujer. Alta, con el pelo largo y claro, vestida de traje
de chaqueta, le tendía la mano. Silvia se acercaba a ella, le tomaba la
mano y justo cuando la alcanzaba, el suelo que había bajo sus pies se
abría y caía por un precipicio. Mientras iba cayendo, la risa de la
mujer retumbaba en sus oídos.
Antes
de tocar el suelo se despertó entre sudores fríos y con el corazón
agitado. Notaba unas manos rodeándole los hombros y pensó que era la
mujer de cabello claro.
- ¡Silvia, Silvia! ¿Estás bien? –Raquel había ido hasta su cama y la sostenía con sus brazos- No parabas de gritar…
- No, no… No estoy bien –llegó a pronunciar entre los jadeos.
=O ¿Qué le pasa a Silvia? Menudos sueñecitos... bueno, pesadilla más bien, ¿no?
ResponderEliminarMe mola que Silvia le meta caña a Raquel y que le llegue a desestabilizar... no en plan mal, sino para que saque todo lo que pueda tener dentro... que es mucho, a la vista está...
Gracias por tus Relatos ¡¡¡,!!! X jajajajaja