miércoles, 25 de julio de 2012

(X) 22. Consecuencias

Todas estaban en el salón comiendo como de costumbre. Nada parecía estar fuera de su sitio. Silvia comía en silencio junto a Ana, que de pronto la interrumpió de un codazo y la hizo mirar hacia donde señalaba. Dos celadoras entraron en el lugar y se acercaban prestas a la mesa donde comían Nacha y Morente. 

- ¡Arriba las dos! La directora quiere que vayáis a la celda de castigo. 
- ¿Perdón? –preguntó socarronamente Morente- Yo no voy a ir a ninguna parte. ¿Qué he hecho para que me tengan que llevar allí? 
- Eso –correspondía a la queja Nacha. 
- Sabéis bien de qué se os acusa. La directora sabe que habéis sido vosotras las que agredisteis a una reclusa el mes pasado –apuntó una de las celadoras 
- ¡Eso es mentira! - Podéis ir por las buenas o por las malas. Así que vosotras decidís. 

No se lo podían creer. Nacha y Morente miraban sentadas todavía a las dos celadoras que estaban justo enfrente de ellas con actitud autoritaria. Poco a poco, todas las reclusas iban girándose para presenciar aquella insólita escena. Pocas, por no decir ninguna, habían visto alguna vez a las dos reclusas ser castigadas. 

- ¿Quién nos ha acusado? Exijo saberlo ahora mismo –bramó Morente. 
- No exijas tanto y levántate. 
- Es increíble, increíble –decía por lo bajo Nacha mientras se levantaba seguida de Morente. 
- ¡Vamos! –gritó la segunda celadora- No tenemos todo el día. 
- Ya va, ya va… Y a vosotras –dijo Morente girándose al resto de las reclusas como si estuviera dando un discurso- os aviso. Como me entere de quién ha sido la que nos ha acusado, se puede ir preparando para lo que le espera. 
- ¡Venga, fantasma! –la empujaba la celadora- Ya tenía yo ganas de meterte un rato en la celda de castigo. 
- ¡Suelta! Sé caminar sola –mientras intentaba zafarse. 

Al salir del comedor, todas las reclusas comenzaron a cuchichear. Algunas lanzaron vítores leves por el castigo. También se escucharon otros comentarios como “aleluya” o “ya era hora”. Las más temerosas tenían miedo de la amenaza de Morente, entre ellas Ángela, que movía nerviosamente los cubiertos de un lado a otro y miraba hacia la mesa de las dos reclusas. Pero por lo general, todas se alegraban de que al fin les hubieran dado su merecido. 

Silvia se giró para ver la reacción de Raquel. Estaba impasible. Seguía comiendo de su plato y no comentaba la jugada con ninguna de las chicas que se sentaban en su mesa. Ella, en cambio, estaba feliz porque su plan había dado resultado finalmente. Lo celebró efusivamente con Ana, quien jaleaba a las demás presas con su alegría. Finalmente, tuvieron que intervenir algunas celadoras para lograr calmar aquel alboroto. 

*** 

El castigo a Nacha y Morente había cambiado el ambiente en Alcalá de Guadaira. Las chicas parecían más relajadas, menos tensas ante la ausencia de las dos reclusas. Incluso se podía decir que se oía más alegría en los corrillos de reclusas. Pero el castigo no sería eterno. La directora Jiménez las había dejado en la celda de castigo durante una semana y, en cuanto volvieran, quién sabía cómo serían las cosas. 

Silvia había aprovechado para pedirle a la directora que la mandara a la enfermería definitivamente. Le gustaba aquel lugar y no veía como un castigo tener que pasarse varias horas al día allí. Al contrario, le ayudaba a sentirse útil y a no pensar en los seis meses que tendría que estar ahí todavía. Además, el doctor Rivero era feliz teniéndola cerca. Le recordaba a la hija que jamás pudo tener y que siempre deseó. 

Silvia y él se pasaban las horas muertas hablando de todo. Política, economía, deportes… Se compenetraban muy bien y se podía decir que habían llegado a admirarse profundamente. Ella intentaba hacerle más llevadero el día a día en aquella cárcel donde había perdido su vocación y él le hablaba de lo que acontecía fuera de aquellas cuatro paredes. 

- ¿Te puedo hacer una pregunta? –dijo el doctor Rivero. 
- Claro, pregunte. 
- ¿De verdad conoces a ese periodista del Diario de Sevilla? Sigo intrigado con el tema… 

Silvia comenzó a reír a carcajadas, lo cual contestó a la pregunta del doctor. Hasta él se había creído la historia que le contó a la directora. El hombre acabó por reír con ella ante lo bien que le había salido el plan. Las risas fueron interrumpidas por una celadora que pidió a ambos que la siguieran rápidamente porque una presa necesitaba atención sanitaria. 

El doctor Rivero cogió el maletín con el instrumental y fue corriendo tras ella, seguido de cerca por Silvia, que se temía lo peor. Cruzaron media cárcel hasta llegar a la celda de la reclusa. La celadora abrió la puerta para que pudieran entrar. Y ahí estaba Ángela, inerte, mientras una sábana rodeando su cuello la sostenía en el aire. 


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1 comentario:

  1. Aaaah!!! Pillina, ves como sí que era un farol... xDDD Si es que las mujeres tenemos el poder de hacer creer a los demás lo que queramos... =p

    Bueno, aunque no sé si va a ser peor el remedio que la enfermedad porque cuando salgan de la celda de castigo como no hagan algo "contra" ellas (la directora, me refiero que es la que tiene "poder") pues me imagino que puedan hacer de la cárcel un infierno... =S

    No sé porqué, antes de leer las últimas palabras del último párrafo me esperaba algo así, pero como sobreviva y se enteren Nacha y Morente de que ha hecho eso... se va a delatar sin decir ni una palabra. Veremos qué pasa con Ángela ;)

    Mua!!! ;)

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