sábado, 30 de julio de 2011

7. Lo que no se espera


“Sentirse atrapada, teniendo la sensación de que nada cambia, de que el mundo se esfuma… Creer que todo lo que haces, que todo lo que has deseado ya no tiene ese valor para ti. Fijar unas metas, recorrer cada distancia, segura, firme y, al llegar, darte cuenta de que no es como pensabas. Recordar cada palabra de aliento, cada momento vivido, cada instante de felicidad y pensar que se esfumará de tu mente porque ahí es el único lugar en el que todavía está.

Seguir caminando, esperando que el tiempo pase y se lleve lo malo y no lo vuelva a traer. Pero las cosas se complican y llegan noticias, circunstancias que lo estropean más, que te cambian la forma de ver la vida, tu vida. Quizá antes, quizá en un momento anterior te importaría mucho más… Ahora ya da igual, has perdido tu identidad, no sabes quién eres ni tampoco cómo has llegado hasta aquí.

Todo lo que antes te identificaba, te hacía sentir viva, todo eso va mal… Intentas quedarte con lo bueno, siendo consciente de que hay cosas mucho peores, cosas que jamás desearías a nadie… pero ese positivismo solo dura un momento y te hundes.

Entonces llega una mano, un apoyo al que no has llamado, pero que siempre ha estado ahí, que siempre ha seguido tus pasos y que conoce más de ti que tú misma. Te sostiene en el aire, te rodea con sus brazos y te intenta sacar de ese mar en el que te estabas hundiendo por no poder o no querer nadar. Te hace olvidar los malos ratos, te hace reír, te lleva a donde necesitas para dejar marchar aquello que te preocupa.

Tal vez no fuera lo que siempre imaginabas, tal vez nunca te hubieras dado cuenta… Pero si algo he aprendido con el tiempo es que las cosas nunca salen como uno espera”.

Sara

viernes, 22 de julio de 2011

6. ¿Puedo sentarme?

Aquel fin de semana iba a ser el primero que pasara sola en su nuevo hogar. No le hacía especial ilusión y más siendo un puente tan largo. Sus compañeras de piso se iban a sus casas a ver a la familia y ella, que hacía poco tiempo había estado en su hogar, no se iba a mover de Barcelona. Aquellos días le permitirían tomarse las cosas con más calma. El inicio de su nueva vida estaba siendo algo agitado y seguro que se podría adaptar si lo miraba todo desde otra perspectiva.

Decidió que era momento de pasear por la ciudad, a su ritmo, sin tener que ir a ningún sitio en particular y dejando que sus pies la llevaran donde quisiera. Cogió su reproductor de música, se colocó los auriculares y anduvo sin rumbo durante un rato por las calles de la Ciudad Condal. Era un lugar maravilloso e increíblemente significativo. Cada calle guardaba un misterio, una historia que revelar. Los viandantes iban ajetreados de un lado al otro, pero Sara solo caminaba siguiendo el sonido de la música. ¡La cantidad de cosas que se estaba perdiendo!

Continuó callejeando un buen rato hasta que entró en una cafetería a descansar y tomarse algo. Pidió lo primero que se le pasó la cabeza y aprovechó para relajarse sin pensar en nada. Pronto se dio cuenta de que alguien la estaba observando desde el otro lado del lugar. Levantó la vista un instante y una mirada se clavó en la suya. Era un chico muy atractivo, de pelo claro y ojos oscuros que no le apartó la vista ni siquiera cuando sus ojos se cruzaron. Sara agachó la cabeza y enrojeció súbitamente. Se mordió el labio inferior como hacía cada vez que se ponía nerviosa y cogió su móvil para distraer su atención de aquel joven.

La camarera le trajo la bebida y comenzó a tomarla como si se le fuera la vida en ello. Levantó la vista de nuevo para ver al chico y comprobó que su mirada seguía puesta en ella. De pronto, el joven se levantó de su asiento y se dirigió a ella con paso firme. Sara comenzó a inquietarse ante el posible acercamiento. No comprendía por qué la ponía tan nerviosa… No es que la estuviera acosando, pero su cuerpo reaccionaba de esa manera cuando notaba que alguien le prestaba esa atención.

Antes de que el chico llegara hasta su mesa, la camarera se cruzó en su camino, hecho que le dio una mínima ventaja a Sara para respirar y pensar qué haría si empezaban una conversación. El joven esquivó a la camarera y se acercó a Sara sin dejar de mirarla.

- Hola, me llamo Carlos. ¿Puedo sentarme? –preguntó con una sonrisa encantadora.
- Sí…claro. Em, yo soy Sara –contestó titubeante y avergonzada.
- Encantado. Quizá te parezca algo atrevido, pero me has llamado la atención desde que has entrado.



Fue decir esa frase y Sara empezó a recordar cómo conoció a Paula. La misma forma de entablar conversación, la misma seguridad y la misma mirada penetrante. El arrojo y la valentía también eran iguales… aunque obviamente había cosas distintas a simple vista. Comenzó a sentirse algo incómoda con esa situación de cercanía y con la superioridad que desplegaba el joven. Era cierto que el chico era muy guapo y en otra época se hubiera sentido halagada, y quizá, hasta tentada, pero las cosas eran muy distintas ahora. Así que, con fingida cortesía, esperó unos minutos y se levantó tras terminar su bebida.

- ¿Ya te vas? –inquirió sorprendido.
- Sí, tengo cosas que hacer. Pero me ha gustado conocerte –mintió.
- Al menos dame tu móvil, me gustaría conocerte más. ¿Tienes Facebook o Tuenti? Si quieres, dámelos y yo te agrego.
- Lo siento, es mejor así.

Con esa frase terminó, pagó su cuenta y salió de la cafetería segura de lo que acababa de hacer. No le gustaba dejar a la gente así, pero no estaba preparada todavía. Volvió a casa y enchufó el ordenador para ver si tenía algún mensaje de sus amigos. Entró en Facebook y una notificación de color rojo llamó su atención: “Lidia Suárez ha aceptado su petición de amistad”.

miércoles, 13 de julio de 2011

5. De espaldas

- No puedes seguir así…

- ¿Así cómo? –inquirió Sara.

- Pues con esa actitud –respondió Luis- tienes que dejarlo pasar… Nadie se merece que estés así.

- No estoy mal, ya lo sabes…

- Sí, claro. Los que te conocemos te lo notamos enseguida. Tu fuerte no es precisamente disimular. Solo hay que mirarte a los ojos.

- Te digo que estoy bien –replicó Sara.

- Oye mira, puedes estar así el tiempo que quieras, negándote que estás mal y que seguirás estando mal. Por mucho que digas que no le das vueltas al asunto, lo haces y mucho… Así que ahórrate las excusas porque sabemos que eres dura de mollera.

Sara suspiró mientras su vista se perdía en el horizonte. Sabía que si miraba a Luis a los ojos, acabaría por derrumbarse y admitir cosas que prefería enterrar en el pasado. Había transcurrido un mes desde el enfrentamiento con Lidia y no había vuelto a saber de ella. Al menos, no como siempre. Algún mensaje puntual y una respuesta cordial por su parte eran sus métodos de contacto en ese tiempo. Ella no había dado el paso de comunicarse con ella, algo en su interior le frenaba a hacerlo.

En otras ocasiones, cuando más de una vez se había propuesto alejarse de ella para no sufrir o para no interferir en su vida más de lo que ya lo hacía, no había conseguido estar muchos días sin hablarle. Le mandaba mensajes con cualquier excusa, solo porque la necesitaba, porque quería saber de ella. Se le hacían eternos los días sin saber cómo estaba. Pero, ahora, aunque no admitiera en voz alta que la extrañaba, su orgullo y la poca fuerza de voluntad que tenía la disuadían de comunicarse con ella. Sabía que estaba conectada y no le hablaba, veía sus movimientos en Facebook y los imitaba, pero ni entraba a su perfil para saber más de ella y su estado ni le abría una ventana para charlar… Había decidido tomar distancias. Y esas distancias comenzaron el día que la vio por última vez.

Las dos estaban sentadas en un banco de la estación de Sants, calladas, impasibles, sin mirarse a la cara pero observando de reojo lo que hacía la otra. No se habían dicho más de cuatro palabras desde la noche anterior. Lidia, cargada con su maleta, esperaba a que llegara su tren a Guadalajara. Sara, por su parte, prefería no decir nada… aunque, de haber optado por lo contrario, tampoco hubiera sabido qué decir. Los minutos se les hicieron eternos. A diferencia de la primera vez, cuando Sara deseaba que no avanzara tan rápido, el tiempo no pasaba en aquella estación y el silencio de ambas pesaba en el aire como una losa.

Por megafonía anunciaron la llegada del tren. Dos besos y una fugaz mirada fue lo que se dieron antes de separarse en la estación. Lidia subió al aparato mientras Sara, intentando no seguirla con la mirada, era consciente de que sería la última vez en su vida que la vería. Quizá era mejor así. Mientras se acomodaba en su asiento, Sara no dejaba de mirarla. Tenía un nudo en la garganta: mitad orgullo, mitad nostalgia. Se hacía la impasible pero realmente intentaba aguantar las emociones. Entonces, volvió su vista de nuevo hacia Lidia y ésta la saludó con la mano. Le devolvió el saludo y un intento de sonrisa de normalidad, algo que no le salió tan bien como pensaba. Las puertas del vagón se cerraron y el tren comenzó su marcha. Sara lo seguía con la mirada sabiendo que aquella partida era mucho más que un hasta la vista. Era un punto y final silencioso. Un adiós anunciado.

- Vamos, sube, Sara… -le dijo Luis sacándola de sus ensoñaciones. Los dos jóvenes se subieron al autobús y se acomodaron en sendos asientos- De verdad, no entiendo por qué la gente siempre deja libre los asientos que van de espaldas. Siempre me toca a mí sentarme en ellos.

- Bueno, supongo que es algo normal, ¿no? Cuando uno va mirando al frente de la carretera sabe lo que se va a encontrar: una rotonda, un cambio de sentido, un semáforo… Está preparado para lo que viene y por eso está tranquilo. En cambio, si vas de espaldas, no sabes lo que te puede venir. Simplemente acabas viendo por la ventanilla el resultado de un camino ya recorrido. Además, también puedes pasarte la parada y eso te acaba por poner nervioso. Y ya se sabe que, tanto en los viajes de autobús como en la vida, todos preferimos ver de lejos lo que nos espera en el camino que dejarnos llevar y terminar mareándonos.

lunes, 11 de julio de 2011

4. El botón de no retorno

Hacía apenas dos semanas que estaba en Barcelona y aún no había desaparecido esa sensación de extrañeza. Estaba lejos de su hogar, de su gente, y, aunque tenía algunos amigos en la ciudad, todavía no se había adaptado al nuevo rol que le tocaba vivir como persona independiente. A pesar de todo, agradecía que su mente se hubiera borrado por completo, al menos, en cuanto a uno de los temas que más le preocupaba que se fuera de ella. Había dejado de recordar a Paula. Parecía que el refrán era cierto, la distancia hace el olvido, y cada día pensaba menos en ella, algo que le hacía inmensamente feliz.

Cuando alguien se enamora y se entrega por completo, suele pensar que no podrá vivir sin la otra persona, que si, por cualquier circunstancia, sus caminos se separan, no podrá volver a recorrer el suyo sin su mano cogiéndola. Y eso le pasaba a Sara… había proyectado tantas esperanzas con Paula que estaba segura de que no superaría nunca su marcha. Afortunadamente, se había dado cuenta de que nada más lejos de la realidad y eso la reconfortaba.

Los días se le pasaban rápido en su nueva ciudad, pero todavía tenía que adaptarse a muchas cosas que le resultaban complicadas. Se acordaba con frecuencia de sus amigos y su familia y los echaba bastante de menos, pero sabía que había tomado una decisión y que la llevaría hasta el final con todas las consecuencias.

Un día, en una de esas tardes sin hacer nada, se le ocurrió indagar por Facebook a ver con qué podía pasar el rato. Se rió con las fotografías que encontró de sus amigos y maldijo a más de uno por etiquetarla en alguna que otra poco apropiada. Resopló ante el tedio de no saber qué hacer. Cerró el ordenador y pensó en colocar las cosas que le faltaban en su cuarto. La pereza la disuadió y volvió a conectarse a internet. Se dio cuenta de que no había cerrado su perfil en la red social y, antes de hacerlo, algo le llamó la atención.

Arriba, en la parte derecha, una de las sugerencias de Facebook le arrastró la mirada hacia ella. No solía prestarles mucha atención porque, siempre que le aparecían, solía ser de alguna persona que nunca agregaría a su Facebook por cualquier motivo. Pero ese nombre y esa imagen le sonaban de algo y no podía recordar de qué. Se metió en su perfil y se acordó al instante. “Lidia Suárez Rodríguez. 24 años. Guadalajara”.

De pronto se le vino a la cabeza una época de su vida en la que fue muy feliz. Una época en la que conoció a un grupo de personas que le enseñaron a ver las cosas de otra forma, en la que sus dudas, sus anhelos y sus esperanzas de futuro comenzaron a transformarse. Ahí conocería a una de las personas que le cambiaría la vida. No, no era Lidia quien por entonces se la cambió. Pero sí fue ella la primera de las personas que conoció en aquel lugar. E, indudablemente y aunque ninguna de las dos lo supiera, también estaba a punto de cambiarle la vida. Sara apretó al botón de “Agregar a mis amigos” y fue entonces cuando emprendió un camino desconocido, un camino sin retorno.


jueves, 7 de julio de 2011

3. La cruda realidad

Mientras caminaba calle abajo no dejaba de pensar en las palabras que le había dicho hace solamente unos minutos… Retumbaban en su cabeza, y, al mismo tiempo, la invadía la sensación de desarraigo. ¿Cómo una frase, en un momento como ése, podía haber roto lo que ni ella misma había logrado romper en todo este tiempo? No sabía expresar sus emociones, sentía rabia, impotencia, tenía ganas de llorar, de patear lo primero que se le pusiera por delante. Si hubiera podido… hubiera cometido una locura. La hubiera dejado en mitad de la calle, le hubiera proliferado los peores improperios y se hubiera ido llena de coraje. En cambio, tomó una decisión más o menos sensata. Optó por el silencio.

No le hacía falta mirar a su lado para saber que ella la seguía. También en silencio. Sara prefería no decir nada por no cometer una de sus irracionales locuras, pero desconocía el porqué del silencio de Lidia. Antes le reprochaba que no fuera capaz de expresar sus emociones, sus sentimientos con respecto a ella… Ahora, prefería que no hubiera abierto la boca en toda la noche. Y mientras todos estos pensamientos se le agolpaban, las calles de Barcelona pasaban tan rápido como si fueran subidas en coche. Sara quería llegar cuanto antes a casa, meterse en la cama y olvidar toda aquella noche…

Cuando discutes con una persona, siempre puedes irte y dejar que el enfado se os pase. Cuando esa persona está alojada en tu casa, irte y dejarla en mitad de una ciudad desconocida no es la solución más correcta. Por eso el camino que las separaba hasta casa de Sara se les hizo eterno. Apenas despegaron los labios para decir nada durante todo el trayecto. Una vez cruzado el umbral de la puerta, llegó el momento crítico.

- Me voy a la otra habitación –dijo Sara con tono serio.
- Está bien… -apostilló Lidia- Buenas noches.
- Buenas noches.

Cerró la puerta tras de sí con la ligera esperanza de que hubiera algún cambio, algo que le hiciera recobrar la ilusión perdida. Ella no iba a dar el paso, no lo consideraba necesario. Esta vez no. Anduvo por el pasillo de su casa a oscuras hasta que llegó casi por inercia a la habitación de invitados. Se puso el pijama, se acomodó en la cama y cerró los ojos intentando conciliar un sueño que sabía que no iba a recuperar. Miraba a la puerta continuamente esperando que Lidia la cruzara. Quizá no quería un lo siento, tampoco un arrepentimiento. Quizá solo una mirada que lo dijera todo… No esperó mucho. La conocía bien y sabía que no lo haría, no estaba arrepentida de sus palabras aunque fueran dolorosas. Porque, ¿cómo estar arrepentida de algo que siempre ha sido cierto?

viernes, 1 de julio de 2011

2. El principio de todo

- ¿Estás segura de lo que estás haciendo?
- Claro, es lo que quiero. Es lo que siempre he querido… -contestó Sara con firmeza mientras guardaba en su maleta los últimos trastos que se llevaría consigo.
- No es necesario que te vayas por ella… -dejó caer lo que pensaba de forma muy poco sutil.
- No me voy por ella –contestó clavándole la mirada a su amiga.
- Sara, yo te quiero, eres mi mejor amiga. A mí me lo puedes contar.




Por un momento se calló y se quedó pensando en las palabras de su amiga. Intentó descifrar en su mente si todo lo que le había contado a la gente de su marcha a Barcelona era verdad. Todo el mundo sabía que Sara quería irse a vivir allí, que siempre había soñado estar en una gran ciudad y poder trabajar en lo que más le gustaba. Por circunstancias ajenas a su carrera, no pudo comenzar a estudiar en aquella ciudad, pero siempre tuvo en mente poder ir cuando terminara.

Cuando conoció a Paula, esa decisión tomó un doble matiz. Estaban ilusionadas con la idea de irse a vivir juntas, de compartirlo todo, de trabajar en la misma profesión y ser un poquito más independientes. Barcelona era el objetivo y las dos lo sabían. Se irían a mitad de la carrera y terminarían allí sus estudios.

Pero las cosas se torcieron cuando apenas faltaba un año para que sus planes se llevaran a cabo. El porqué no era algo que quisiera recordar, mejor era dejarlo en el pasado, pero Sara estaba bastante decepcionada y eso hizo mella en su relación con Paula. Pasaron por altibajos durante un tiempo, pero se dieron cuenta de que no podían estar separadas. Barcelona podría esperar un poco más, al menos, un año más, hasta que Paula se encontrara con Sara allí. Todo estaba claro y decidido hasta dos meses antes de que llegara el momento de dar el salto para Sara. La canción decía: “Se nos rompió el amor de tanto usarlo” y tal vez eso fue lo que les ocurrió a las dos chicas.

Sara no pudo soportarlo. Era un golpe demasiado fuerte y las circunstancias con las que tuvo que lidiar durante esos dos meses la cambiaron por completo. Decidió que se iría a Barcelona, pero sola. ¿No sería demasiado duro estar allí sin ella? Tal vez, pero más duro sería quedarse otro año más y soportar lo que tuvo que soportar durante esos dos meses. No sólo era cuestión de protección, también llegó a ser una cuestión de orgullo. Orgullo por demostrarse que podía hacer sus sueños realidad sin tener que depender de nadie y la fuerza, precisamente, la encontró gracias a ese alejamiento.

Así que, después de mucho meditar, le contestó lo siguiente a Miriam:

- Te aseguro que tengo muchos motivos para irme de aquí. Sabes que os quiero, que me encanta esta ciudad, que me gusta todo lo que significa estar aquí, pero necesito un cambio. No sólo personal, también profesional. Y si no lo hago ahora, no sé qué puede pasar. Porque seamos realistas, la vida cambia en un segundo y yo quiero hacer algo distinto, algo nuevo. Tengo todo el tiempo para volver aquí, pero necesito saber qué me puede esperar allí. Y te puedo decir con total sinceridad que no tiene nada que ver con ella.

Miriam sonrió a su amiga y le dio un abrazo fuerte. No era muy dada a manifestaciones cariñosas con Sara, pero ambas sabían que las unía un nexo especial. Era consciente de que Sara necesitaba cambiar, tomar aire fresco, y, aunque estaba segura de que la echaría mucho de menos, quería que su amiga fuera feliz.

Sara cerró la maleta y volvió a mirar aquella habitación que había ocupado su vida durante 21 años. Ahora otra nueva la esperaba en Barcelona. No sabía exactamente cómo sería empezar de nuevo y más si tenía en cuenta que, en cada situación trascendental de su vida, había estado alguien a su lado para tenderle la mano. Ahora comenzaba sola, en una ciudad que no conocía y lejos de lo que más quería. La sensación de incertidumbre era grande, pero tenía el presentimiento de que en Barcelona le esperaba algo importante.