lunes, 9 de julio de 2012

(X) 11. Ten cuidado

Silvia empezó a organizar aquella enfermería. Había tanto por hacer que le llevaría varios días ponerlo todo en orden. Comenzó por colocar todos los libros y recortes de periódicos a un lado. Era increíble que el doctor Rivero tuviera tal cantidad de información desparramada por ahí. El médico, mientras tanto, se mantenía sentado en su escritorio mirando por encima de sus gafas polvorientas los historiales de algunas de sus pacientes. 

- Oiga, oiga –llamó su atención Silvia- ¿Acaso cree que mi misión es estar aquí limpiándole la enfermería? Haga el favor de levantarse y echarme una mano. 

El doctor la miró con sorpresa, pero enseguida se levantó a ayudarla. Le gustaba su carácter, no se dejaba dirigir fácilmente y sabía poner orden cuando hacía falta, algo que le vendría muy bien a la enfermería. 

- ¿Lleva muchos años aquí, doctor? –preguntó Silvia mientras colocaba arriba del estante unos frascos. 
- Tantos que ya ni recuerdo… 
- Sé lo que quiere decir. ¿Tiene familia? 
- Tenía. Mi mujer falleció hace unos años –El rostro se le entristeció y la voz se le quebró por un momento. 
- Vaya, lo siento. ¿No tuvieron hijos? 
- Nunca pudimos. Lo intentamos durante años, pero jamás pude darle esa alegría –sus ojos empezaron a nublarse. 

Silvia se compadeció de aquel hombre. Su aspecto bonachón, su figura encorvada y menuda, aquella barba espesa y sus gafas diminutas escondían un hombre de grandes sentimientos al que la vida había machacado varias veces. No supo exactamente cómo reaccionar, así que dejó su mano en la espalda del doctor para reconfortarlo. Rivero agradeció aquel gesto y, una vez que se serenó, volvieron a ordenar aquella enfermería. 

- ¿Y tú? –preguntó el doctor al cabo de un rato- ¿Tienes familia? 
- Solo tengo a mi madre. Mi padre nos abandonó cuando yo tenía seis años. 
- Lo siento mucho. 
- No, esté tranquilo, es algo que ya está superado. Mi madre ha sido un gran apoyo para mí y no he necesitado de nadie más. 

Silvia y el doctor Rivero estuvieron conversando durante largo rato. Ella le contó los motivos de su encarcelamiento y cómo habían transcurrido los primeros días en el lugar. 

- Debes tener cuidado, niña –le previno- No sabes cómo se las gastan esas dos. Nacha y Morente son de lo peor de esta cárcel. 
- ¿Por qué? Lo que parece es que son unas fanfarronas. 
- Ten mucho ojo. Puede parecer que se les va la fuerza por la boca, pero te aseguro que son peligrosas. A más de una ya se lo hicieron pasar mal. 
- ¿Qué ocurrió? –sentía curiosidad y a la misma vez algo de temor. 
- Les gusta ir a por las nuevas. Es su entretenimiento. Primero, les hacen alguna jugarreta para incriminarlas ante la directora, como hicieron contigo.
- Ya veo... –masculló. 
- Luego, según cómo responda la susodicha, actúan en consecuencia. 
- No lo entiendo… 
- Si ella no las inculpa o no se defiende, la dejan tranquila… -hizo una pausa. 
- ¿Y si no? –preguntó dubitativa. 
- Si no, le hacen la vida imposible hasta que consiguen quitársela de encima… 
- ¿Se la cargan? 
- No les hace falta tanto como eso. Pero consiguen hacerle la vida imposible y hacen que la trasladen o que lo poco o mucho que le quede en este lugar se lo pasen atemorizadas. 
- ¿Es que nadie se ha dado cuenta nunca de esto? –inquirió Silvia. 
- La directora hace un poco oídos sordos. Es consciente de que Nacha y Morente también ayudan a que las cosas estén tranquilas y nadie se rebele. 
- ¡Pero si son ellas las que se rebelan! 
- ¿Prefieres a 200 mujeres rebeladas o solo a dos? 

Silvia calló al darse cuenta de que la respuesta era clara. La directora prefería que las cosas no se salieran del tiesto y por eso permitía los atropellos de Morente y de Nacha. Las dos reclusas sabían que contaban con el beneplácito de la señora Jiménez y se dedicaban a extender la ley del terror con toda presa que se les pusiera por delante. Y ahora tenían un objetivo claro. Ella misma. 

El doctor Rivero la miró mientras seguía colocando medicinas en sus correspondientes cajones. Sabía que lo que le había dicho la había dejado intranquila, pero tenía que advertirle del peligro que suponía llevarse mal con ellas dos. 

- ¡Rápido, doctor! –gritó desde la puerta una celadora que apareció en el lugar como una exhalación. 
- ¿Qué ocurre? 
- ¡Es una de las presas! Está herida, la han atacado –apenas podía hablar tras el esfuerzo. 
- ¿Quién ha sido? ¿A quién? 
- No sé quién ha sido, salí un momento y no pude verlo. Ha sido en la biblioteca.

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2 comentarios:

  1. =OOO No se les habrá ocurrido atacar a Raquel, ¿no?

    =OOO !!!¿¿¿Y no irán a dejar sola a Silvia en la enfermería???!!!

    Ainssss... me da a mí que esto es una encerrona para las dos... =S A ver por dónde nos sales, mente perversa... jajajaja

    Por cierto, el doctor Rivero es el abuelete de UP pero con barba, ¿a que sí? xDDD Esperemos que la advertencia a Silvia le sirva de algo y que la directora Jiménez no haga tantos oídos sordos esta vez o habrá que ir a comprarle un sonotone... ¬¬'

    Un beso ^^

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    1. Pues te quedan muchas cosas para sorprenderte... Barajo dos posibilidades, pero me quedaré con una porque me viene mejor para el desarrollo de la historia. Solo es cuestión de que la cosa fluya por donde yo quiero... Y como se me cruce algún cable... que sabes que llevo días muy chunga, puedo liarla parda!! Jajajajaja.

      Mil gracias por leer y por seguir comentando! :)

      Besos!

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