lunes, 11 de julio de 2011

4. El botón de no retorno

Hacía apenas dos semanas que estaba en Barcelona y aún no había desaparecido esa sensación de extrañeza. Estaba lejos de su hogar, de su gente, y, aunque tenía algunos amigos en la ciudad, todavía no se había adaptado al nuevo rol que le tocaba vivir como persona independiente. A pesar de todo, agradecía que su mente se hubiera borrado por completo, al menos, en cuanto a uno de los temas que más le preocupaba que se fuera de ella. Había dejado de recordar a Paula. Parecía que el refrán era cierto, la distancia hace el olvido, y cada día pensaba menos en ella, algo que le hacía inmensamente feliz.

Cuando alguien se enamora y se entrega por completo, suele pensar que no podrá vivir sin la otra persona, que si, por cualquier circunstancia, sus caminos se separan, no podrá volver a recorrer el suyo sin su mano cogiéndola. Y eso le pasaba a Sara… había proyectado tantas esperanzas con Paula que estaba segura de que no superaría nunca su marcha. Afortunadamente, se había dado cuenta de que nada más lejos de la realidad y eso la reconfortaba.

Los días se le pasaban rápido en su nueva ciudad, pero todavía tenía que adaptarse a muchas cosas que le resultaban complicadas. Se acordaba con frecuencia de sus amigos y su familia y los echaba bastante de menos, pero sabía que había tomado una decisión y que la llevaría hasta el final con todas las consecuencias.

Un día, en una de esas tardes sin hacer nada, se le ocurrió indagar por Facebook a ver con qué podía pasar el rato. Se rió con las fotografías que encontró de sus amigos y maldijo a más de uno por etiquetarla en alguna que otra poco apropiada. Resopló ante el tedio de no saber qué hacer. Cerró el ordenador y pensó en colocar las cosas que le faltaban en su cuarto. La pereza la disuadió y volvió a conectarse a internet. Se dio cuenta de que no había cerrado su perfil en la red social y, antes de hacerlo, algo le llamó la atención.

Arriba, en la parte derecha, una de las sugerencias de Facebook le arrastró la mirada hacia ella. No solía prestarles mucha atención porque, siempre que le aparecían, solía ser de alguna persona que nunca agregaría a su Facebook por cualquier motivo. Pero ese nombre y esa imagen le sonaban de algo y no podía recordar de qué. Se metió en su perfil y se acordó al instante. “Lidia Suárez Rodríguez. 24 años. Guadalajara”.

De pronto se le vino a la cabeza una época de su vida en la que fue muy feliz. Una época en la que conoció a un grupo de personas que le enseñaron a ver las cosas de otra forma, en la que sus dudas, sus anhelos y sus esperanzas de futuro comenzaron a transformarse. Ahí conocería a una de las personas que le cambiaría la vida. No, no era Lidia quien por entonces se la cambió. Pero sí fue ella la primera de las personas que conoció en aquel lugar. E, indudablemente y aunque ninguna de las dos lo supiera, también estaba a punto de cambiarle la vida. Sara apretó al botón de “Agregar a mis amigos” y fue entonces cuando emprendió un camino desconocido, un camino sin retorno.


2 comentarios:

  1. Nunca nos damos cuenta de la repercusión de actos insignificantes hasta que hemos vivido (o sufrido) sus consecuencias :)

    La tercera María en discordia :P jajajajaj

    P.S. Cuando saques la telenovela de esto seguiré los avatares de Sara Fernanda... o como tú quieras ponerle xDDD

    P.P.S Oye... a ver si me hago yo un blog de estos... No tengo nada importante que decir, la verdad, pero al menos tú patrocinarás mis paridas xDDDD

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  2. Pues sí, tienes toda la razón, María... para eso está el efecto mariposa, ¿no? :)

    Me mola eso de la "tercera María en discordia"... ya sabes lo que dicen de los terceros ;)

    ¿Cuando saque la telenovela? ¿Pero es que alguien me la va a comprar? Hazte un blog, leñe, que yo te sigo seguro :)

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