miércoles, 13 de julio de 2011

5. De espaldas

- No puedes seguir así…

- ¿Así cómo? –inquirió Sara.

- Pues con esa actitud –respondió Luis- tienes que dejarlo pasar… Nadie se merece que estés así.

- No estoy mal, ya lo sabes…

- Sí, claro. Los que te conocemos te lo notamos enseguida. Tu fuerte no es precisamente disimular. Solo hay que mirarte a los ojos.

- Te digo que estoy bien –replicó Sara.

- Oye mira, puedes estar así el tiempo que quieras, negándote que estás mal y que seguirás estando mal. Por mucho que digas que no le das vueltas al asunto, lo haces y mucho… Así que ahórrate las excusas porque sabemos que eres dura de mollera.

Sara suspiró mientras su vista se perdía en el horizonte. Sabía que si miraba a Luis a los ojos, acabaría por derrumbarse y admitir cosas que prefería enterrar en el pasado. Había transcurrido un mes desde el enfrentamiento con Lidia y no había vuelto a saber de ella. Al menos, no como siempre. Algún mensaje puntual y una respuesta cordial por su parte eran sus métodos de contacto en ese tiempo. Ella no había dado el paso de comunicarse con ella, algo en su interior le frenaba a hacerlo.

En otras ocasiones, cuando más de una vez se había propuesto alejarse de ella para no sufrir o para no interferir en su vida más de lo que ya lo hacía, no había conseguido estar muchos días sin hablarle. Le mandaba mensajes con cualquier excusa, solo porque la necesitaba, porque quería saber de ella. Se le hacían eternos los días sin saber cómo estaba. Pero, ahora, aunque no admitiera en voz alta que la extrañaba, su orgullo y la poca fuerza de voluntad que tenía la disuadían de comunicarse con ella. Sabía que estaba conectada y no le hablaba, veía sus movimientos en Facebook y los imitaba, pero ni entraba a su perfil para saber más de ella y su estado ni le abría una ventana para charlar… Había decidido tomar distancias. Y esas distancias comenzaron el día que la vio por última vez.

Las dos estaban sentadas en un banco de la estación de Sants, calladas, impasibles, sin mirarse a la cara pero observando de reojo lo que hacía la otra. No se habían dicho más de cuatro palabras desde la noche anterior. Lidia, cargada con su maleta, esperaba a que llegara su tren a Guadalajara. Sara, por su parte, prefería no decir nada… aunque, de haber optado por lo contrario, tampoco hubiera sabido qué decir. Los minutos se les hicieron eternos. A diferencia de la primera vez, cuando Sara deseaba que no avanzara tan rápido, el tiempo no pasaba en aquella estación y el silencio de ambas pesaba en el aire como una losa.

Por megafonía anunciaron la llegada del tren. Dos besos y una fugaz mirada fue lo que se dieron antes de separarse en la estación. Lidia subió al aparato mientras Sara, intentando no seguirla con la mirada, era consciente de que sería la última vez en su vida que la vería. Quizá era mejor así. Mientras se acomodaba en su asiento, Sara no dejaba de mirarla. Tenía un nudo en la garganta: mitad orgullo, mitad nostalgia. Se hacía la impasible pero realmente intentaba aguantar las emociones. Entonces, volvió su vista de nuevo hacia Lidia y ésta la saludó con la mano. Le devolvió el saludo y un intento de sonrisa de normalidad, algo que no le salió tan bien como pensaba. Las puertas del vagón se cerraron y el tren comenzó su marcha. Sara lo seguía con la mirada sabiendo que aquella partida era mucho más que un hasta la vista. Era un punto y final silencioso. Un adiós anunciado.

- Vamos, sube, Sara… -le dijo Luis sacándola de sus ensoñaciones. Los dos jóvenes se subieron al autobús y se acomodaron en sendos asientos- De verdad, no entiendo por qué la gente siempre deja libre los asientos que van de espaldas. Siempre me toca a mí sentarme en ellos.

- Bueno, supongo que es algo normal, ¿no? Cuando uno va mirando al frente de la carretera sabe lo que se va a encontrar: una rotonda, un cambio de sentido, un semáforo… Está preparado para lo que viene y por eso está tranquilo. En cambio, si vas de espaldas, no sabes lo que te puede venir. Simplemente acabas viendo por la ventanilla el resultado de un camino ya recorrido. Además, también puedes pasarte la parada y eso te acaba por poner nervioso. Y ya se sabe que, tanto en los viajes de autobús como en la vida, todos preferimos ver de lejos lo que nos espera en el camino que dejarnos llevar y terminar mareándonos.

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