jueves, 7 de julio de 2011

3. La cruda realidad

Mientras caminaba calle abajo no dejaba de pensar en las palabras que le había dicho hace solamente unos minutos… Retumbaban en su cabeza, y, al mismo tiempo, la invadía la sensación de desarraigo. ¿Cómo una frase, en un momento como ése, podía haber roto lo que ni ella misma había logrado romper en todo este tiempo? No sabía expresar sus emociones, sentía rabia, impotencia, tenía ganas de llorar, de patear lo primero que se le pusiera por delante. Si hubiera podido… hubiera cometido una locura. La hubiera dejado en mitad de la calle, le hubiera proliferado los peores improperios y se hubiera ido llena de coraje. En cambio, tomó una decisión más o menos sensata. Optó por el silencio.

No le hacía falta mirar a su lado para saber que ella la seguía. También en silencio. Sara prefería no decir nada por no cometer una de sus irracionales locuras, pero desconocía el porqué del silencio de Lidia. Antes le reprochaba que no fuera capaz de expresar sus emociones, sus sentimientos con respecto a ella… Ahora, prefería que no hubiera abierto la boca en toda la noche. Y mientras todos estos pensamientos se le agolpaban, las calles de Barcelona pasaban tan rápido como si fueran subidas en coche. Sara quería llegar cuanto antes a casa, meterse en la cama y olvidar toda aquella noche…

Cuando discutes con una persona, siempre puedes irte y dejar que el enfado se os pase. Cuando esa persona está alojada en tu casa, irte y dejarla en mitad de una ciudad desconocida no es la solución más correcta. Por eso el camino que las separaba hasta casa de Sara se les hizo eterno. Apenas despegaron los labios para decir nada durante todo el trayecto. Una vez cruzado el umbral de la puerta, llegó el momento crítico.

- Me voy a la otra habitación –dijo Sara con tono serio.
- Está bien… -apostilló Lidia- Buenas noches.
- Buenas noches.

Cerró la puerta tras de sí con la ligera esperanza de que hubiera algún cambio, algo que le hiciera recobrar la ilusión perdida. Ella no iba a dar el paso, no lo consideraba necesario. Esta vez no. Anduvo por el pasillo de su casa a oscuras hasta que llegó casi por inercia a la habitación de invitados. Se puso el pijama, se acomodó en la cama y cerró los ojos intentando conciliar un sueño que sabía que no iba a recuperar. Miraba a la puerta continuamente esperando que Lidia la cruzara. Quizá no quería un lo siento, tampoco un arrepentimiento. Quizá solo una mirada que lo dijera todo… No esperó mucho. La conocía bien y sabía que no lo haría, no estaba arrepentida de sus palabras aunque fueran dolorosas. Porque, ¿cómo estar arrepentida de algo que siempre ha sido cierto?

4 comentarios:

  1. Me maravilla poder leer y ver, que un conjunto de palabras se puedan fundir para poder expresar estas maravillas, y eso es gracias a ti.

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  2. Vamos, vamos, no son tantas maravillas (no es modestia, lo pienso de verdad). Pero gracias por pasarte y leer... seas quien seas.

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  3. Espero que esta vez no nos dejes la historia a la mitad, pequeña :)

    La tercera María :P

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  4. Jajajajajaja, qué grande eres, María :)

    Espero no dejaros a medias, aunque esta historia se va escribiendo según avanza todo... ya vorem :D

    Gracias por comentar.

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