viernes, 22 de julio de 2011

6. ¿Puedo sentarme?

Aquel fin de semana iba a ser el primero que pasara sola en su nuevo hogar. No le hacía especial ilusión y más siendo un puente tan largo. Sus compañeras de piso se iban a sus casas a ver a la familia y ella, que hacía poco tiempo había estado en su hogar, no se iba a mover de Barcelona. Aquellos días le permitirían tomarse las cosas con más calma. El inicio de su nueva vida estaba siendo algo agitado y seguro que se podría adaptar si lo miraba todo desde otra perspectiva.

Decidió que era momento de pasear por la ciudad, a su ritmo, sin tener que ir a ningún sitio en particular y dejando que sus pies la llevaran donde quisiera. Cogió su reproductor de música, se colocó los auriculares y anduvo sin rumbo durante un rato por las calles de la Ciudad Condal. Era un lugar maravilloso e increíblemente significativo. Cada calle guardaba un misterio, una historia que revelar. Los viandantes iban ajetreados de un lado al otro, pero Sara solo caminaba siguiendo el sonido de la música. ¡La cantidad de cosas que se estaba perdiendo!

Continuó callejeando un buen rato hasta que entró en una cafetería a descansar y tomarse algo. Pidió lo primero que se le pasó la cabeza y aprovechó para relajarse sin pensar en nada. Pronto se dio cuenta de que alguien la estaba observando desde el otro lado del lugar. Levantó la vista un instante y una mirada se clavó en la suya. Era un chico muy atractivo, de pelo claro y ojos oscuros que no le apartó la vista ni siquiera cuando sus ojos se cruzaron. Sara agachó la cabeza y enrojeció súbitamente. Se mordió el labio inferior como hacía cada vez que se ponía nerviosa y cogió su móvil para distraer su atención de aquel joven.

La camarera le trajo la bebida y comenzó a tomarla como si se le fuera la vida en ello. Levantó la vista de nuevo para ver al chico y comprobó que su mirada seguía puesta en ella. De pronto, el joven se levantó de su asiento y se dirigió a ella con paso firme. Sara comenzó a inquietarse ante el posible acercamiento. No comprendía por qué la ponía tan nerviosa… No es que la estuviera acosando, pero su cuerpo reaccionaba de esa manera cuando notaba que alguien le prestaba esa atención.

Antes de que el chico llegara hasta su mesa, la camarera se cruzó en su camino, hecho que le dio una mínima ventaja a Sara para respirar y pensar qué haría si empezaban una conversación. El joven esquivó a la camarera y se acercó a Sara sin dejar de mirarla.

- Hola, me llamo Carlos. ¿Puedo sentarme? –preguntó con una sonrisa encantadora.
- Sí…claro. Em, yo soy Sara –contestó titubeante y avergonzada.
- Encantado. Quizá te parezca algo atrevido, pero me has llamado la atención desde que has entrado.



Fue decir esa frase y Sara empezó a recordar cómo conoció a Paula. La misma forma de entablar conversación, la misma seguridad y la misma mirada penetrante. El arrojo y la valentía también eran iguales… aunque obviamente había cosas distintas a simple vista. Comenzó a sentirse algo incómoda con esa situación de cercanía y con la superioridad que desplegaba el joven. Era cierto que el chico era muy guapo y en otra época se hubiera sentido halagada, y quizá, hasta tentada, pero las cosas eran muy distintas ahora. Así que, con fingida cortesía, esperó unos minutos y se levantó tras terminar su bebida.

- ¿Ya te vas? –inquirió sorprendido.
- Sí, tengo cosas que hacer. Pero me ha gustado conocerte –mintió.
- Al menos dame tu móvil, me gustaría conocerte más. ¿Tienes Facebook o Tuenti? Si quieres, dámelos y yo te agrego.
- Lo siento, es mejor así.

Con esa frase terminó, pagó su cuenta y salió de la cafetería segura de lo que acababa de hacer. No le gustaba dejar a la gente así, pero no estaba preparada todavía. Volvió a casa y enchufó el ordenador para ver si tenía algún mensaje de sus amigos. Entró en Facebook y una notificación de color rojo llamó su atención: “Lidia Suárez ha aceptado su petición de amistad”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario