sábado, 10 de julio de 2010

Con el paso del tiempo...

Por fin es viernes (bueno, ahora escribo en la madrugada del viernes al sábado). Es tontería alegrarse por la llegada del fin de semana cuando para mí, ahora que estoy de vacaciones, todos los días son iguales. Pero si digo que por fin es viernes es porque en mi casa hay más movimiento durante los fines de semana, algo lógico por otra parte teniendo en cuenta que mi hermana no va a trabajar y mi hermano planta sus raíces en mi amado hogar a pesar de tener desde hace tiempo el suyo propio. La llegada del fin de semana siempre es señal de planes, de nuevas salidas y de descanso. Pero hoy el viernes se nos ha adelantado porque a mi sister le han dado la tarde libre. Y claro, conociéndola, pues tocaba salida por la ciudad, lo que en nuestro argot significa: tiendas, helado, más tiendas y posiblemente cena... Estoy empezando a preocuparme por la cantidad indecente de helados y otras porquerías que estoy consumiendo en las escasas dos semanas que llevo aquí, pero bueno...

El caso es que hoy, mientras hacíamos una parada en L'Aljub para comprar ropa (para ella, que yo ya hice mis compras) y para cenar con el gentío, me ha pasado algo que me ha hecho comprender que el tiempo pasa para todos y que, aunque no siempre actuamos como tal, nos hemos convertido en personas adultas. Explicaré el hecho en sí. Después de la cantidad de dinero que nos hemos dejado en las compras varias, hemos decidido ir a cenar a un sitio algo más económico para el bolsillo. El lugar escogido: Los 100 montaditos. Sabedora del pudor de mi hermana a ordenar cualquier comida, aperitivo, cena y demás cosas que signifiquen interactuar con otro ser humano, he sido yo la que ha llevado el papelito con lo que queríamos tomar. Previamente había calculado cuánto nos costaría la cena por lo que, cuando me han cobrado, no me salían las cuentas... ¿Sería de nuevo miércoles y todo valdría 1 euro? No, más bien no. Reviso el ticket que me había dado la camarera y me percato de que solo ha contado una bebida... ¡Ops!

He aquí el momento del cambio en mí. Mientras reviso una y otra vez el ticket, me viene la imagen de una niña que, doce años atrás, entró en un quiosco y vio cómo al hombre que tenía delante de sí se le deslizaba un billete de 5000 de las antiguas pesetas y se calló vilmente sin decir nada para hacerse con él. Ahora el beneficio económico suponía dos euros más en mi maltrecho bolsillo (más bien en el maltrecho bolsillo de mi hermana). ¿Debía callarme? La chica no se había dado cuenta, podría hacerme la loca y nadie se enteraría... Total, dos euros no son nada para una franquicia como Los montaditos... De pronto, otra imagen, esta vez de dos años atrás. La protagonista: la misma persona. Una y otra vez la encargada contaba la caja y no le cuadraba y la joven tenía que echar mano de su cartera para que todo estuviera en orden.

Media vuelta con el ticket en la mano. La camarera prepara el pedido y me mira interrogante. "¿Todo bien?", pregunta preocupada. Miro el ticket. "Emmm, es que no me has cobrado la otra Pepsi". Su compañera, que está al lado, sonríe medio sorprendida, medio divertida. "Vaya, qué honrada", dice volviendo a la caja. "Bueno, no quiero tener luego remordimientos de conciencia". La camarera me mira un instante, sonríe agradecida y yo, mientras le deslizo los dos euros sobre la barra, le devuelvo la sonrisa. Supongo que no he cambiado el mundo, que esto puede sonar a tontería echadora de flores sobre mi persona, pero estas pequeñas cosas, aunque imperceptibles para cualquiera, a mí me hacen sentir bien conmigo misma. Al menos, aún me quedan muchas vueltas incorrectas que devolver hasta pagar mi condena por esas 5000 pesetas sustraídas años atrás...


P.S.: Mirando la hora en la que he publicado esta entrada, creo que debería acostarme más temprano, pero este calor abrasador no me deja pegar ojo...

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