jueves, 23 de febrero de 2012

"Cobardes, hijos de puta"


Era domingo. Un 4 de agosto, uno de hace 10 años, en el que mi familia y yo nos habíamos ido a pasar el fin de semana a Santa Pola. Aún recuerdo el berrinche que monté para que no nos fuéramos esa misma tarde a Elche. Los fines de semana en Santa Pola eran lo mejor que tenía en verano, pero apenas podía aprovecharlos bien porque mi padre siempre quería volver el domingo temprano para no coger atasco.

Aquel domingo, no sé todavía por qué aquél, recuerdo que me puse bastante pesada con la idea de hacer noche allí. Mi padre quería volver porque el lunes tenía que trabajar, pero yo le convencí de que podíamos volver el lunes temprano y pasar la noche todos juntos en Santa Pola. Me encantaba todo lo que me daba el mar, la playa y, por supuesto, la compañía de mis amigas. Con 14 años, ya se sabe, una solo quiere entretenimiento. Todavía no sé cómo lo conseguí, pero nos quedamos. Mis tíos, en cambio, decidieron volver, aunque algo más tarde de lo normal, a Elche.

En vista de que nos íbamos a quedar, me fui a pasar la tarde a casa de mi amiga. Sus padres se fueron a pasear por la playa y nos dejaron a cargo de su hermana pequeña. Mientras hacíamos de las nuestras, un sonido ensordecedor sacudió el comedor. En un primer momento, pensamos que se trataba de uno de los autobuses aparcados a pie de playa que podían haber volcado. Salimos corriendo al balcón y todos los vecinos de los pisos colindantes salían uno tras otro para ver qué había pasado. Durante 20 minutos reinó el murmullo en aquella calle.

Algunos decían que podía haber sido una explosión de gas, otros dijeron que un piso que se vino abajo. Solo los más temerosos dijeron en voz baja, medio en broma medio de verdad, que podía ser ETA. Más de uno se quedó sorprendido cuando, media hora después de lo sucedido, las noticias de Canal 9 daban la razón a los más temerosos. Un coche bomba situado cerca de la Casa Cuartel de la Guardia Civil, a la entrada del municipio, había hecho explosión y se desconocía si había víctimas mortales.

El pánico cundió en la zona. Empezaron a filtrarse noticias de que podía haber un segundo coche bomba situado en algún lugar cerca de la playa. Los padres de mi amiga seguían sin volver y el miedo se apoderó de nosotras. Solo cuando una hora después del atentado entraron por la puerta y mi amiga y su hermana se lanzaron a sus brazos fue cuando pudimos respirar tranquilas.

Me fui corriendo a mi casa, no me fui antes por no dejarlas solas con todo el panorama. Todos estaban allí por suerte. Pero de pronto me vino a la mente el coche de mis tíos, había salido 30 minutos antes del atentado. Y tenía que pasar por esa zona... ¿Sería posible? El miedo se apoderó de mí, pero pronto pudimos comprobar que estaban perfectamente. Se habían librado por un margen de unos minutos porque, aunque el recorrido no les tocaba directamente, la onda expansiva de la detonación sí.

En 2002, en una zona costera sin teléfono fijo, sin ordenador, sin internet y casi sin móvil como aquel que dice, pudimos vivir algunas de las horas más complicadas de nuestras vidas. La información era difusa, apenas se sabía si era un comando, si era un coche solamente o podían haber más, si había víctimas... Era todo un completo descontrol.

Uno siempre piensa, incluso viviendo en el mismo país, que, estando en un lugar tan alejado de donde se suelen suceder este tipo de atentados, nunca te llegará a tocar uno de ellos. Aquel día, a pesar de no llegar a ser parte de esa tragedia, comprendimos la fragilidad que pueden tener nuestras vidas y lo inexorable de nuestro existir si, en un día, en una hora, en un instante decides cambiar toda tu rutina. Aún hoy me pregunto qué hubiera pasado si hubiéramos vuelto a Elche, si realmente hubiéramos pasado por aquel lugar, en aquel momento y con esa circunstancia. Si nos hubiéramos retrasado media hora más que mis tíos, como era costumbre...

Por eso ahora, diez años después, leo las noticias que salen sobre Toñi Santiago, madre de la niña que se encontró con la muerte aquella tarde de verano, y comprendo su dolor y su pérdida. Una madre nunca espera tener que enterrar a un hijo, cuanto menos a uno tan pequeño, ni tampoco en estas circunstancias. Por culpa de unos desalmados que no encontraron nada mejor que hacer que poner un coche bomba. Y como ella, desde luego, todas y cada una de las víctimas de ETA a lo largo de estos años. Familias deshechas por la pérdida de un ser querido: padres, hijos, hermanos, abuelos, nietos... En un segundo, todo se nos va.

Así pues, cuando la mujer reconoce que le alivió llamar "cobardes e hijos de puta" a los terroristas en mitad del juicio por ese atentado, no puedo más que disculparla. Quizá no perdiera nada aquella tarde y no tuviera nada más que un susto. Quizá no viví el sufrimiento como esta mujer y los familiares del otro fallecido en el atentado. Pero sí sentí el miedo, sí sentí la rabia y la impotencia, y sí quise gritarles a ellos también: "Cobardes, hijos de puta".

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