lunes, 27 de febrero de 2012

Frío

Hacía mucho frío en la calle. La nieve había estado cayendo durante días en la ciudad y los pocos caminantes que se habían aventurado a salir iban de un lado a otro intentando resguardarse de las bajas temperaturas. Las ramas de los árboles se agitaban con fuerza por el gélido viento que acompañaba a aquel día tan frío. En la calidez de su habitación, una joven se mantenía cobijada entre las sábanas intentando que mejorara aquella sensación de malestar.

La puerta de la habitación se abrió y tras ella apareció Adrián portando una bandeja con un plato de sopa humeante. Laura se incorporó en la cama con dificultad y soltó un quejido de dolor. Hacía días que estaba tumbada y no mejoraba. La gripe le había reducido las defensas al mínimo y todo su cuerpo reaccionaba ante aquel entumecimiento. Adrián no se separaba de su lado ni un segundo. Desde que se enteró de que estaba enferma, iba a verla todos los días y tenía todo tipo de atenciones con ella. No soportaba verla tan mal, pero Laura no se lo ponía fácil.

- Te he traido una sopa, te vendrá bien -dijo mientras se sentaba a su lado en la cama.
- Me cuidas demasiado -cogió la bandeja y la colocó sobre sus piernas-. No deberías estar cerca de mí.

Adrián la miró con sorpresa. No conseguía de ella más que evasivas y no comprendía por qué no era capaz de agradecerlo solamente en lugar de apartarlo una vez tras otra.

- No te preocupes por eso ahora. Estás enferma y necesitas que te cuiden.
- Pero no deberías -replicó sin mirarlo mientras se tomaba la sopa con calma.
- ¿Tanto te cuesta dejar que te cuiden? No creo que sea algo malo, ¿no?
- No quiero que te pase nada a ti también...
- No creo que tengas nada mortal, ¿no? -contestó con ironía mientras miraba al techo.
- Sabes que no me refiero a la gripe...

Ahora comprendía lo que ocurría. Laura no lo apartaba por estar enferma, por temor a que pudiera contagiarle. Lo apartaba porque no quería depender de él, porque no quería tener que necesitarlo y luego no tenerlo. Tenía miedo de acostumbrarse a él y que, al final, no pudiera contar con él. Tenía miedo de sufrir.

Adrián la miraba sin decir nada mientras ella se terminaba la sopa con dificultad. Por un momento deseó salir de aquella habitación y no volver nunca. Quería dejar que ella sola se recuperara, más lentamente, pero tal y como ella deseaba, sola. Cogió la bandeja y la llevó a la cocina en absoluto silencio.

Laura le miraba callada, segura de que su amigo había entendido lo que quería decirle, y sabía que se iría en cualquier momento. Era lo mejor para él. Para los dos. Oyó los pasos de Adrián y supo que se estaba yendo del apartamento. No hizo ningún movimiento o sonido para retenerlo. Suspiró lentamente y se tumbó en la cama a dejar que las sábanas se llevaran consigo toda esa extrañeza que se había quedado en ella.

De pronto, Adrián entró en la habitación, se descalzó sus zapatos y se colocó cerca de ella en la cama. Laura le miraba extrañada, sin decir palabra. El chico la arropó bien, le tocó la frente para ver si tenía fiebre y tomó el mando de la televisión para encenderla.

- ¿No te ibas? -se atrevió a decir ella por fin.
- No.
- Pero te vas a enfermar si te quedas aquí.
- Correré con las consecuencias. No te vas a librar de mí tan fácilmente.

jueves, 23 de febrero de 2012

"Cobardes, hijos de puta"


Era domingo. Un 4 de agosto, uno de hace 10 años, en el que mi familia y yo nos habíamos ido a pasar el fin de semana a Santa Pola. Aún recuerdo el berrinche que monté para que no nos fuéramos esa misma tarde a Elche. Los fines de semana en Santa Pola eran lo mejor que tenía en verano, pero apenas podía aprovecharlos bien porque mi padre siempre quería volver el domingo temprano para no coger atasco.

Aquel domingo, no sé todavía por qué aquél, recuerdo que me puse bastante pesada con la idea de hacer noche allí. Mi padre quería volver porque el lunes tenía que trabajar, pero yo le convencí de que podíamos volver el lunes temprano y pasar la noche todos juntos en Santa Pola. Me encantaba todo lo que me daba el mar, la playa y, por supuesto, la compañía de mis amigas. Con 14 años, ya se sabe, una solo quiere entretenimiento. Todavía no sé cómo lo conseguí, pero nos quedamos. Mis tíos, en cambio, decidieron volver, aunque algo más tarde de lo normal, a Elche.

En vista de que nos íbamos a quedar, me fui a pasar la tarde a casa de mi amiga. Sus padres se fueron a pasear por la playa y nos dejaron a cargo de su hermana pequeña. Mientras hacíamos de las nuestras, un sonido ensordecedor sacudió el comedor. En un primer momento, pensamos que se trataba de uno de los autobuses aparcados a pie de playa que podían haber volcado. Salimos corriendo al balcón y todos los vecinos de los pisos colindantes salían uno tras otro para ver qué había pasado. Durante 20 minutos reinó el murmullo en aquella calle.

Algunos decían que podía haber sido una explosión de gas, otros dijeron que un piso que se vino abajo. Solo los más temerosos dijeron en voz baja, medio en broma medio de verdad, que podía ser ETA. Más de uno se quedó sorprendido cuando, media hora después de lo sucedido, las noticias de Canal 9 daban la razón a los más temerosos. Un coche bomba situado cerca de la Casa Cuartel de la Guardia Civil, a la entrada del municipio, había hecho explosión y se desconocía si había víctimas mortales.

El pánico cundió en la zona. Empezaron a filtrarse noticias de que podía haber un segundo coche bomba situado en algún lugar cerca de la playa. Los padres de mi amiga seguían sin volver y el miedo se apoderó de nosotras. Solo cuando una hora después del atentado entraron por la puerta y mi amiga y su hermana se lanzaron a sus brazos fue cuando pudimos respirar tranquilas.

Me fui corriendo a mi casa, no me fui antes por no dejarlas solas con todo el panorama. Todos estaban allí por suerte. Pero de pronto me vino a la mente el coche de mis tíos, había salido 30 minutos antes del atentado. Y tenía que pasar por esa zona... ¿Sería posible? El miedo se apoderó de mí, pero pronto pudimos comprobar que estaban perfectamente. Se habían librado por un margen de unos minutos porque, aunque el recorrido no les tocaba directamente, la onda expansiva de la detonación sí.

En 2002, en una zona costera sin teléfono fijo, sin ordenador, sin internet y casi sin móvil como aquel que dice, pudimos vivir algunas de las horas más complicadas de nuestras vidas. La información era difusa, apenas se sabía si era un comando, si era un coche solamente o podían haber más, si había víctimas... Era todo un completo descontrol.

Uno siempre piensa, incluso viviendo en el mismo país, que, estando en un lugar tan alejado de donde se suelen suceder este tipo de atentados, nunca te llegará a tocar uno de ellos. Aquel día, a pesar de no llegar a ser parte de esa tragedia, comprendimos la fragilidad que pueden tener nuestras vidas y lo inexorable de nuestro existir si, en un día, en una hora, en un instante decides cambiar toda tu rutina. Aún hoy me pregunto qué hubiera pasado si hubiéramos vuelto a Elche, si realmente hubiéramos pasado por aquel lugar, en aquel momento y con esa circunstancia. Si nos hubiéramos retrasado media hora más que mis tíos, como era costumbre...

Por eso ahora, diez años después, leo las noticias que salen sobre Toñi Santiago, madre de la niña que se encontró con la muerte aquella tarde de verano, y comprendo su dolor y su pérdida. Una madre nunca espera tener que enterrar a un hijo, cuanto menos a uno tan pequeño, ni tampoco en estas circunstancias. Por culpa de unos desalmados que no encontraron nada mejor que hacer que poner un coche bomba. Y como ella, desde luego, todas y cada una de las víctimas de ETA a lo largo de estos años. Familias deshechas por la pérdida de un ser querido: padres, hijos, hermanos, abuelos, nietos... En un segundo, todo se nos va.

Así pues, cuando la mujer reconoce que le alivió llamar "cobardes e hijos de puta" a los terroristas en mitad del juicio por ese atentado, no puedo más que disculparla. Quizá no perdiera nada aquella tarde y no tuviera nada más que un susto. Quizá no viví el sufrimiento como esta mujer y los familiares del otro fallecido en el atentado. Pero sí sentí el miedo, sí sentí la rabia y la impotencia, y sí quise gritarles a ellos también: "Cobardes, hijos de puta".

martes, 14 de febrero de 2012

Magia

Por ser San Valentín, fecha en la que los enamorados hacen apogeo de su amor, dejo esta historia para actualizar el blog. Porque no siempre hay algo que celebrar y no siempre las mejores historias tienen un final feliz.



- ¿Qué más quieres de mí? –le gritó desde la otra punta de la habitación.
- Nada… -susurró ella sin levantar la vista del suelo- No quiero nada.
- Ya te dije que no podía darte nada más… No ahora.
- Contigo no es solamente ahora –inquirió ella sin perturbarse y con el mismo tono tranquilo del principio- Contigo no es nunca.
- No es justo, tú sabías lo que había cuando empezó todo…
- ¿Y precisamente por saberlo tengo que acostumbrarme a esto?
- ¿A qué? –preguntó él clavándole la mirada.
- A nada…

La historia de siempre. Tantas emociones contenidas en una sola habitación y sin poder expresarlas. Ángela no aguantaba más. Había esperado demasiado, como siempre, pero Raúl no iba a poner las cosas fáciles. Era siempre igual. Y aquella noche, en el comedor de la casa de Raúl, parecía que otro final se avecinaba. El enésimo final para una historia que nunca había llegado a comenzar.

- ¿Por qué siempre es igual? –preguntó ella.
- No sé… no te lo puedo explicar. Creo… -titubeó- creo que me he vuelto a cerrar.
- No, Raúl, no solo te has cerrado. Creo que nunca has estado verdaderamente abierto…
- Eso no es verdad –saltó.
- No me lo niegues. No es la primera vez que pasa. En cuanto nos acercamos… ¡zas! Pasa algo y volvemos al principio. Es la historia de nunca acabar. Cuanto más cerca estás de mí, más lejos te acabas yendo…
- Te dije que me costaría… Lo sabías.
- No, Raúl –negó con la cabeza, resignada- Esta vez creí que era distinto…
- No es fácil olvidar, Ángela.
- Pues no haberte implicado ni haberme implicado, nos estaríamos evitando estas situaciones ahora.
- No debí hacerlo –contestó con un hilo de voz.

Raúl se sentía fatal por haberle hecho esto, pero no quiso perder la oportunidad de intentar algo con ella. Podía ser quien le hiciera feliz, pero se anticipó de nuevo. Ahora el pánico le invadía y ante él, optó por huir una vez más.

- Es igual –se giró para evitar que la viera llorar. Cogió su bolso de la silla donde lo había dejado y se dirigió a la puerta.- Siempre espero más.
- No te entiendo.
- Sí… siempre espero más de ti.
- ¿Qué esperabas de mí, Ángela?
- Esperaba algo que no puedes dar, esperaba una mirada, una caricia, un beso en la mejilla, ya no en los labios siquiera, en la mejilla. Una complicidad, algo que en algún momento tuvimos pero que ahora no me puedes brindar… Magia, Raúl, esperaba magia.