jueves, 1 de septiembre de 2011

9. Solo quiero...

Llegó una mañana, no una mañana cualquiera, sino una mañana escrita en la arena. Escrita en un destino que nunca pensó que llegaría, escrita a fuego bajo un día de tormenta. Una mañana que se quedó en un futuro hipotético y que apareció de pronto, por sorpresa. Esa mañana Sara lo vio todo claro. Era extraño, el cielo estaba nublado, pero en cambio era capaz de discernir con la más absoluta claridad. Le había costado dos años y más de una recaída para darse cuenta de que el barco se hundía y no había nada que salvar.

Es tan difícil dejar marchar aquello que has anhelado durante tanto tiempo, aquello que te sostuvo cuando ni tú misma sabías tenerte en pie. Pero no había más, ni siquiera aquella amistad… Lo había escuchado miles de veces y miles de justificaciones habían salido de sus labios. Pero ya no, ya no había nada que explicar, nada que argumentar. Todo estaba tan claro… Fue una noche, cuando leyó aquellos mensajes enviados en el pasado, aquellas palabras cariñosas, lejos de cualquier intento de conseguir algo más entre las dos. Eran palabras de amistad, así es como se forjó su necesidad. Echaba de menos aquellas palabras, más que cualquier otra cosa, más que a ella misma, más que su persona.

Decidió que era mejor cerrar la puerta, pasar página, tomar las riendas de su vida, apartar la vista de lo que le dolía. Volver a las andadas no había servido de nada. Sentía que ella solo estaba en ciertos momentos. Cuando todo iba mal, se iba, se evaporaba. Daba igual si Sara estaba mal, si la necesitaba para hablar, si la echaba de menos, si quería hablar con ella y distraerse cada día… Lidia se marchaba, no se sabía cuánto duraba. A veces era un día o dos… Otras, una semana.

Al principio la buscaba, le preocupaba que estuviera mal, que estuviera sufriendo, que le pasara algo malo. Luego empezó a dejarle su espacio, esperando que fuera ella quien se comunicara. Hasta ese día. La indiferencia, o tal vez el orgullo, pudo con ella. La necesitó durante días y no apareció… pero Sara tampoco la buscó. Llegó un punto en que ya no hizo falta que apareciera, ya no. La echaba de menos, sí, pero se dio cuenta de que estaba echando de menos más allá de una semana de ausencia. Echaba de menos a la anterior Lidia, a su mejor amiga, a la que se marchó meses atrás, a la que se quedó en las calles de Barcelona, en la estación de Sants, en el tren de Guadalajara, en aquella última mirada... Nada volvería a ser como antes, recordó haberse dicho entonces. Ahora, meses después de haber superado aquella distancia, de haber recuperado el contacto con Lidia, supo que sí, que era verdad, pues nada era como antes.

Cogió una hoja de papel y empezó a escribir una carta, una declaración de intenciones. ¿Con qué finalidad? ¿A quién se la iba a mandar? Quizá a nadie, quizá a ningún lugar. Necesitaba escribir lo que quería para saber por dónde empezar a conseguirlo. Y así lo hizo.

Solo quiero volver a sentirme segura, a reír, a confiar en alguien. A entregarme sin miedo, a no tener complejos. A coger a una persona de la mano, a que me abrace, a poder besarla sin temor a nada. A ser la única, no a que me lo diga, sino a saber que lo soy. Necesito saber que todo cambiará. No digo que me diga que todo irá bien, eso no puede prometer, pero sí a saber que hay valentía e intenciones de intentar que así sea. No quiero volver a perder, no quiero sentirme caer. Quiero que me sujeten, quiero poder sujetar. Quiero sonreír, pero también llorar. Quiero sentir, sea lo que sea, pero sin culparme por sentirlo. Quiero alguien que me quiera, a mí, solo a mí, a nadie más. Quiero poder presentársela a mis amigos, a mi familia. Quiero alguien que no tema, que me haga que no tema. Quiero a alguien que esté loco por mí, que me quiera.

No quiero a alguien que me diga que me da el mundo, solo que quiera compartirlo conmigo. Y por todo y sobre todo, solo quiero volver a ser yo.


Una vez hubo terminado la carta, la arrugó y la apretó entre sus manos mientras su mirada se perdía en el infinito. Cogió un mechero que tenía sobre la mesa de la cocina y la quemó. Una vez la carta se convirtió en cenizas, la metió en una cajita pequeña y la guardó en el fondo de un cajón. Aquella carta no tenía destinatario, no tenía lugar donde llegar. Pero tarde o temprano sabía que alguien la podría contestar.

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Por cuestiones que ahora no vienen al caso, he decidido terminar así esta historia. Es el mejor final que podría darle si bien es cierto que las partes intermedias han quedado difusas y poco comprensibles fuera de la mente de la escritora. Algún día, quizá con más valor y un poco más de razón que de corazón, puede que la alargue y escriba un culebrón. Hasta entonces, creo que es mejor dejarlo aquí. La terapia de escribir está muy bien para cambiar aquello que no te gusta, pero no sirve de nada si todo continúa igual.

Me he acostumbrado a relatar historias cuando mi vida pasa por momentos como éste. He de aprender que también se puede escribir sobre la alegría y sobre la felicidad. Como ahora es lo que hay, mejor terminar aquí. Gracias a aquellos que habéis entrado a leer estas historias insustanciales y saltos temporales. Sé que a veces no se han entendido bien, pero es lo que tiene relatar a tu antojo.

Le dije a una personita que esta historia se iba escribiendo sobre la marcha, que no tenía un guión en mi cabeza. Y así, sobre la marcha y en mi mente, he decidido darle este final. Buenas noches y buena suerte.

1 comentario:

  1. Estoy convencida que esa carta llegará a buen puerto. En ocasiones, tenemos que cerrar puertas que, en el fondo, no han sido hechas para nosotras.

    Ahora descansa, reponte por dentro. Que un futuro maravilloso te espera, pero para ello tienes que volver a ser tú.

    Es curioso leer tu historia con otras protagonistas. Porque sí, también la he pasado y me sirvió para darme cuenta de lo que es real y lo que no. Y aprendes a valorar a otro tipo de personas.

    Después de este tostón, te dejo un besito y una sonrisa :)

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