martes, 26 de junio de 2012

(X) 3. La visita del inspector

- ¡En fila, chicas! Os quiero a todas delante de la puerta de vuestras celdas. El inspector llegará enseguida y pobre de que haga alguna de las suyas –espetó la directora de la cárcel con voz autoritaria. Aquella mujer las conocía bien, no se fiaba de lo que pudiera pasar ante una visita tan importante. El supervisor autonómico estaría allí porque tenía que asegurarse de que cumplían con todos los preceptos que dictaba la ley en cuanto a instituciones penitenciarias. Aunque a priori no había nada que temer, la señora Jiménez sabía cómo se las gastaban las reclusas.Era vital para sus intereses agradar al inspector si querían obtener la subvención, por lo que no quería jugársela.

Desde que llegó a aquella cárcel, Marta Jiménez había dirigido a aquellas mujeres con mano dura. Si bien era cierto que tenía un carácter afable, tras los diez años que llevaba tras aquellas paredes se le había agriado un poco. Notaba que le faltaban las fuerzas a ratos, que el peso de aquella cárcel había podido con su espíritu soñador. Su rostro, antes brillante y rozagante, había dado paso a la palidez y las ojeras de las noches de insomnio que le producía aquel cargo. Su melena rubia y lacia se había cubierto de canas con el paso del tiempo y había perdido toda su grácil caída. Su carácter distendido se tornó áspero y taciturno. Pero, a pesar de todo, seguía manteniendo el espíritu del deber intacto. 

Silvia y Ana se colocaron en sus puestos a lo largo de la fila dispuesta en el pasillo de las celdas. Mientras poco a poco se quedaban en silencio, la presa que estaba más cerca de Silvia se quedó observándola y en un claro gesto alertó a la que se encontraba frente a ella. La directora de la cárcel merodeaba a lo largo del pasillo observando que nada estaba fuera de su lugar. Una celadora caminaba junto a ella asegurándose de que nada se le escapaba.

Ninguna de las dos se percató de aquel gesto entre las reclusas con respecto a Silvia. Llegaron hasta el final del pasillo y dieron media vuelta con la intención de ir a buscar al inspector, que aguardaba pacientemente en el despacho de la señora Jiménez. Apenas en un instante, las dos reclusas pusieron en marcha el plan. No les hizo falta hablar, solo con la mirada se comunicaron sus intenciones. Y su objetivo: Silvia. 

Una voz retumbó en el pasillo haciendo que las reclusas volvieran a ponerse firmes. El señor Castillo venía seguido de cerca por la directora de la penitenciaría y por Juana, la celadora jefe. Comentaba distendido la buena organización y la seriedad de la institución, algo que animó a la señora Jiménez con respecto a la subvención. Paso a paso, detenía su mirada en cada una de las reclusas. Ninguna le devolvía la mirada, todas miraban al frente, calladas, expectantes. 

Llegó a la altura de Ana y Silvia y sin apenas tener tiempo y antes de que pudiera darse cuenta, cayó de bruces al suelo golpeándose fuertemente la cabeza. La celadora jefe y la directora se lanzaron a socorrerle de inmediato. Un pequeño hilo de pescar se deslizó de lado a lado del pasillo volviendo a la mano de su dueña. Castillo sangraba abundantemente por la frente mientras que el tropiezo posibilitó una algarabía manifiesta entre las reclusas. La celadora jefe hizo sonar el silbato y aparecieron en el lugar cuatro compañeras que se encargaron de tranquilizar el ruido. 

La directora intentó incorporar a Castillo, que todavía estaba algo confuso tras el percance. Entre ella y la celadora jefe lo levantaron y se dispusieron a llevarlo a la enfermería. Antes de doblar el recodo del pasillo, la señora Jiménez advirtió a las reclusas: 

-¡Que nadie se mueva ni un instante! Vuelvo enseguida y os aseguro que sea quien sea la que ha hecho esto, lo va a pagar muy caro. 

Una vez se marcharon, Silvia se acercó a Ana y le preguntó en voz baja: 
- ¿Se puede saber qué ha pasado aquí? 
- ¿No te has dado cuenta? – susurró. 

Silvia negó con la cabeza y antes de que Ana pudiera contestar, llegó una celadora a callarlas. Entonces, con una mirada, Ana le señaló de dónde vino la autoría del incidente. Ahí frente a ella, la reclusa que había causado la caída en complicidad con la que se situaba enfrente sonreía levemente sin apartarle la mirada. 

Pasaron unos minutos cuando la directora volvió al pasillo. Tenía cara de pocos amigos y venía dispuesta a descubrir qué había ocurrido. 

- ¡Quiero que me digáis quién ha sido la culpable de esto! ¡Ahora mismo! –se hizo el silencio en aquel pasillo -¡Por vuestra culpa vamos a tener muchos problemas para conseguir esa subvención! ¡Maldita sea, que ya no sois crías! No tengo por qué ir detrás de vosotras como si fuera vuestra madre… 

Caminaba de lado a lado del pasillo mirándolas a los ojos, pero ninguna se inmutaba. Se paró en el lugar donde sucedió el incidente y se quedó mirando a las tres chicas de la derecha y a las tres de la izquierda. No podía haber sido nadie más. Ana y Silvia eran dos de ellas. 

- Tú -le preguntó a Lidia, la que se encontraba justo enfrente de Ana- ¿Sabes qué ha pasado? 
 - No, señora, no he visto nada –aseguró sin apenas moverse. 
- Ya, seguro que no -se movió hacia adelante, hacia la reclusa que había pactado la caída con la que estaba situada enfrente de Silvia- Morente, ¿has sido tú verdad? 
- No, señora Jiménez, yo estaba aquí sin hacer nada, lo juro. 
- Yo sé quién ha sido –respondió rápidamente Nacha, situada enfrente de Silvia– Ha sido ella, la nueva… La he visto cómo lo hacía.


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1 comentario:

  1. ¿Saldrá Raquel en defensa de Silvia o qué pasará? Vaya macarras todas... claro que si están en la cárcel es porque muy santas no deben ser, no? xDDD

    Ea!!! Pues a seguir, que quiero saber qué pasa =p

    ^^

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