martes, 23 de noviembre de 2010

La pajarita

La puerta de la habitación se abrió con violencia despertándola de inmediato. Los dos pequeños habían irrumpido en la estancia en medio de la algarabía y el entusiasmo de un nuevo día. Antes de que pudiera darse cuenta, ambos estaban saltando sobre su cama al grito de “Buenos días”. Con una amplia sonrisa los recibió y los tumbó sobre la cama para hacerles cosquillas. Los niños agradecían aquel recibimiento y respondieron raudos al ataque.

- ¿Se puede saber qué forma es esa de despertarme?

- Es que queríamos que vieras algo –dijo el mayor de los niños.

- A ver, a ver… -se mostró expectante.

- Mira –dijo mientras le tendía un dibujo que había pintado para ella- Somos nosotros jugando ayer.

Los ojos se le iluminaron al momento. Aquellos niños que apenas conocía desde hace un par de días le habían hecho uno de los regalos más bonitos que había recibido nunca. Apenas podía expresar su agradecimiento y se lanzó hacia ellos dándoles múltiples besos en sus mejillas. Cuando se separó del abrazo, tomó el dibujo entre sus manos y se quedó mirándolo. El más pequeño de los niños quiso tomarlo también y, sin querer, rompió la hoja por un costado, partiendo en dos la tierna escena.

- ¡Pedro! –gritó su hermano mayor al mismo tiempo que las lágrimas empañaban sus ojos- ¡Lo has roto! ¡Lo has roto!

- Tranquilo, Alejandro. No te preocupes, se puede arreglar –intentó calmarlo la joven.

- No, no se puede –gritaba enfurruñado y dedicándole la peor mirada a su hermano, que se mantenía inerte a sabiendas del daño que había causado- Tardé mucho en pintarlo y ahora no vale.

- ¿Qué pasa? – la abuela de los niños entró en la habitación al oír los gritos desde el piso de abajo.

- Nada, nada –dijo la joven- Pedro, vete con la abuela abajo a que te dé el desayuno, ¿uhm?

El niño apenas decía nada, también estaba llorando, como su hermano. Sabía que se había portado mal, pero no había sido culpa suya, simplemente, fue un accidente. Alejandro no lo miraba y se mantenía con los brazos cruzados de espaldas a la escena. Cuando se quedaron solos, Marta se acercó a él.

- No te pongas así. Sé que lo habías hecho con mucha ilusión, que habías dedicado mucho tiempo para que te saliera bien… Pero a veces esto pasa –le decía mientras le acariciaba el pelo.

- ¡No, ha sido culpa suya!

- Hay veces que nadie tiene la culpa, las cosas se rompen y punto. Son accidentes.

- ¡No! –seguía sin dar su brazo a torcer.

- ¿Te han contado alguna vez la historia de Xiana? –le preguntó para intentar cambiar de tema.

- No… -parecía que se relajaba.

- Ven –dijo mientras estiraba el brazo. El niño subió a la cama y se colocó a su lado- Xiana era una niña de ocho años que vivía en China. ¿Sabes dónde está China?

- No

- Bueno, pues está muy lejos de aquí, en la otra punta del mundo. Xiana estaba muy enferma y sus padres no sabían cómo curarla. La habían llevado a muchos médicos y ninguno sabía qué le pasaba. Estaban tan tristes que pensaron que no se recuperaría… Hasta que un día apareció un hombre y les dijo que podría curar a su hija.

- ¿Cómo? –preguntó Alejandro impaciente.

- Le dijo que si quería recuperarse de su grave enfermedad debía hacer esto –tomó entre sus manos el papel roto y comenzó a plegarlo de forma muy concreta- Pero no sólo una vez, tenía que hacerlo un millón de veces. Solo entonces la niña podría recuperarse.

El pequeño no perdía detalle de lo que estaba haciendo con la hoja rota. Ya se le había olvidado el disgusto y quería saber qué pasaría después de tanto pliego de un lado a otro. Cuando hubo terminado, el folio se había convertido en una pajarita de colores formada por el dibujo que había hecho Alejandro.

- Esto era lo que tenía que hacer un millón de veces –dijo mientras se lo tendía al pequeño.

- Guaaaaaaaaaau, ¡qué chulo! ¿Y se curó?

- ¡Desde luego! Llegó a hacer más de un millón y los repartió entre su gente.

- ¡Genial!

- Lo que quiero que entiendas es que, aunque las cosas se rompan, se pueden hacer otras muchas… Solo tenemos que dejar volar nuestra imaginación y estar dispuestos a cambiar las cosas. ¿Te gusta?

- Sí, mucho –dijo sonriendo.

- Pues quédatela. Luego te enseñaré a hacerlas, ¿vale?

- ¡Sí!

- Y ahora creo que deberías ir abajo a pedirle perdón a tu hermano, ¿no te parece? –apuntó con cierta severidad pero sin perder la sonrisa.

- Joooo, Marta, es que me lo ha roto.

- ¿No te gustaría a ti que te perdonaran si hicieras algo malo?

- Supongo… -contestó cabizbajo.

- Anda, corre. Y enséñaselo a tu tía, que ella no sabe hacerlas y le va a gustar.

- ¡Vale! –dio un salto y se fue no sin antes darle un beso en la mejilla por el obsequio.

Cuando el niño se marchó, Marta comprobó que había alguien observándola desde el marco de la puerta. Cristina, su amiga que la había invitado a pasar unos días allí, la miraba con una sonrisa.

- ¿Me espiabas? –apuntó con ironía.

- Claro, me preocupo por la integridad de mis sobrinos –sonrió pícara mientras se acercaba a la cama y se sentaba en el borde.

- Ah, entiendo. Pero no debes preocuparte, no está en mis planes comérmelos… de momento.

- Gracias por el aviso, estaré atenta –le guiñó un ojo- ¿La historia que le has contado termina así?

- No, a decir verdad, no… -dijo poniéndose seria.

- ¿Entonces?

- Bueno, Xiana no llegó a hacer un millón de pajaritas… Pero creo que lo mejor era decirle que sí. Los niños son listos, pero no hace falta fastidiarles la ilusión. Ya tendrán tiempo para eso.

- Así que no hay posibilidad de mejorar las cosas. Todo se muere cuando se rompe.

- Depende.

- ¿De qué? –preguntó Cristina intrigada.

- De la persona, desde luego.

- ¿Y en mi caso? –ambas sabían de qué hablaban.

- Depende de lo que quieras hacer. Puedes cambiarlo todo y crear algo nuevo a partir de algo roto. Solo debes pensar que las cosas pueden cambiar, que no están muertas. Y para eso debes olvidarte del tiempo que dedicaste a tu dibujo y pensar que vas a lograr algo diferente. No mejor ni peor, diferente.

- Sí, ya te comprendo, yo soy de las que le gusta pegarlo todo con celo…

- Tal vez… pero cuanto más lo pegues, más débil se volverá y se romperá una y otra vez hasta perder todo el atractivo que tenía cuando lo dibujaste. Olvida el dibujo, crea con tus manos y forma una pajarita. Dentro de ella, a pesar de todo, seguirá estando el dibujo.


1 comentario:

  1. Supongo que tendemos a intentar tener todo bien colocadito y cada vez que se estropea algo, intentar pegarlo para tenerlo como lo habíamos vivido, pero es mucho más práctico doblar y doblar ese papel sin olvidar todo lo vivido haciendo cada vez más grande ese papel, llenándolo de miles de colores y letras correspondiente con todo lo que nos ha ido sucediendo

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